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Algas comestibles: este es el peligro que esconde la comida asiática

En una hipotética lista de falsos amigos dentro de la alimentación, las algas comestibles estarían probablemente en la parte alta. Está a punto de descubrir por qué.

Las algas comestibles son un ingrediente clave en la cocina asiática.

Pero hoy en día este superalimento con gran cantidad de yodo, que solía ser consumido principalmente por las poblaciones costeras, se ha vuelto un ingrediente habitual en muchas casas.

De hecho, su éxito es tal que las algas comestibles se encuentran ahora en formas antes insospechadas: aceite, patatas fritas, condimentos, salsas diversas, complementos alimenticios…

Las algas comestibles, cargadas de sustancias beneficiosas

A priori esto es una magnífica noticia, puesto que proporcionan:

– Una importante fuente de proteínas y aminoácidos.

– Fibras de alta calidad.

– Numerosos oligoelementos (magnesio, hierro, calcio, fósforo, yodo, etc.).

– Vitaminas (K, A, E, B, C…).

– Ácidos grasos altamente beneficiosos (omega 6, EPA y DHA).

Además, aportando muy pocas calorías.

Pero por desgracia eso no es todo.

¿Son las algas comestibles el “papel absorbente” de los sucios mares?

Las algas comestibles contienen todos los maravillosos nutrientes que acabo de mencionar, pero también algunas cosas no tan agradables, como una gran cantidad de metales pesados y otros tóxicos.

Y es que los océanos son hoy un verdadero caldo químico.

Al igual que las setas en tierra, que se acaban empapando de los numerosos tóxicos presentes en los suelos, las algas podrían considerarse como un papel de cocina excepcionalmente absorbente dentro del mar.

Y esto va en su propia naturaleza: resulta que su elevada concentración de polisacáridos confiere a las algas una fuerte tendencia a fijar en sus tejidos sustancias no deseadas. Entre ellas, plomo, arsénico, mercurio y cadmio.

Ahora bien, ¿qué son los polisacáridos y por qué actúan de este modo?

Se trata de unas moléculas solubles en agua, biodegradables y biocompatibles.

Pero detrás de esta jerga compleja se esconde, básicamente, un funcionamiento mucho más sencillo. Y es que son una especie de “pegamento” natural que de hecho se utiliza en cocina por sus propiedades espesantes (es un componente de la xantana y de la goma guar, por ejemplo) y gelificantes (pectina, agar agar…).

Sin embargo, esta condición que en los fogones resulta tan útil, en el océano en lo que se traduce es en que fijan y retienen multitud de sustancias tóxicas…

¿Una pizca más de cadmio?

Quizá alguien crea que exagero, pero lo cierto es que nada menos que 250 análisis realizados sobre algas alimentarias no procesadas revelaron concentraciones de cadmio que superaban, en un 26% de ellas, el valor máximo recomendado.

Como el cadmio es un metal pesado clasificado como “carcinógeno humano”, se vigila especialmente en la industria alimentaria. Y es que, además de tumores, puede provocar enfermedades renales y fragilidad ósea.

Pues bien, cabe señalar que está presente en muchos tipos de alga, pero más si cabe en las marrones (como el wakame, que suele consumirse en ensaladas) y en las rojas (como el nori, que se utiliza para elaborar algunas piezas de sushi, por ejemplo).

Pero al cadmio se suman muchas otras, como por ejemplo la procedente de la contaminación radiactiva de los océanos (que se extendió de forma preocupante cerca de la costa japonesa tras el desastre de Fukushima).

Tanto es así que las algas almacenan grandes cantidades del conocido como “cesio 137”, un residuo nuclear que sirve de indicador en caso de lluvia radiactiva y que resulta altamente tóxico para el hígado y los riñones.

¿Problemas de tiroides? ¡Cuidado!

Además de los mencionados contaminantes, las algas pueden contener concentraciones excesivas de yodo y potasio.

Esto es un problema para las personas con hipertiroidismo o con problemas de corazón y riñón. Por tanto, le convendría limitar su consumo de algas si:

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– Sufre problemas de tiroides.

– Tiene alguna disfunción cardíaca.

– Padece insuficiencia renal.

– Está siguiendo un tratamiento a base de anticoagulantes.

– Tiene la presión arterial alta (debido al contenido de sal de las algas).

– Debe tomar yodo o litio.

Para los adultos, la ingesta diaria de yodo se establece en 150 µg. (1)

Y no es una cifra especialmente baja.

El problema es que las algas, que sí contienen cantidades nada desdeñables, no son las únicas fuentes de yodo de nuestra dieta.

Así, por supuesto se halla también en la sal marina, pero asimismo en los huevos (que contienen entre 32 y 70 mcg por 100 g) y el queso (entre 21 y 73 mcg por 100 g).

Es decir, que en realidad es bastante común superar los límites diarios.

¿Qué algas comestibles se pueden consumir y en qué cantidad?

El principal consejo es que no combine el consumo frecuente de algas con complementos alimenticios que las contengan.

Si no toma estos últimos, sí puede darse el gusto de incluir algas en sus comidas con cierta asiduidad, pero nunca más de 2 veces por semana.

Y debería plantearse cuáles consume en función de sus necesidades. Por ejemplo:

– Las algas que contienen más proteínas son la espirulina y el nori.

– Si necesita calcio, el lithothamnion, la lechuga de mar y el wakame serán sus aliados.

– Para aumentar los aportes de magnesio, mejor apostar por las judías y la lechuga de mar.

– Y el kombu, por ejemplo, es una excelente fuente de hierro.

Respecto a los platos, estas verduras marinas pueden usarse en todo tipo de vinagretas, sopas o como aderezo del pescado en papillote, por ejemplo.

Y también frescas hacen las delicias del paladar dentro de tartares o ensaladas.

Simplemente debe tenerse presente la premisa de no abusar. Como decía el pensador chino Confucio, es de sabios aplicarse el “justo equilibrio” en todo.

Y por supuesto otra opción es optar por variedades como la espirulina y la chlorella, fantásticas microalgas de agua dulce que casi no contienen yodo ni metales pesados (siempre que se cultiven correctamente en depósitos de agua no contaminada, eso sí).

Fuentes

1. La referencia nutricional para los niños de 1 a 3 años es de 80 µg/d, para los de 4 a 6 años de 90 µg/d, para los de 7 a 9 años de 120 µg/d y de 150 µg/d para los de 10 años o más.

 

 

 


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