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¿Está usted deprimido? ¡Pues merece una medalla!

Muchas personas depresivas  se sienten avergonzadas de su estado y envidian el buen ánimo y el “coraje” de los demás. Sin embargo, mi visión es exactamente la opuesta.

Yo considero que hay que estar orgulloso de ser depresivo, a pesar del terrible dolor que esto causa. Y antes de hablarle de las soluciones a la depresión, vamos a proceder a un reparto de medallas:

 1) Medalla a la generosidad

Si es usted depresivo, merece antes que nada la medalla a la generosidad.

En efecto, un estudio de la Universidad de Cambridge publicado en 2007 mostró una correlación entre la tendencia a la depresión y la capacidad de identificarse con el estado de ánimo de los demás. (1)

Cuanto más sensible sea usted a la angustia y la tristeza de los demás, más le preocupará su entorno, más le inquietarán las desgracias del mundo y más riesgo tendrá de caer en una depresión.

Este descubrimiento cuestiona radicalmente la visión de la persona depresiva como un egoísta centrado en sus pequeños problemas.

Ello explica también la mayor incidencia de la depresión en las mujeres.

 2) Medalla a la resistencia

Persiste en la mentalidad de la gente otra idea ridícula y obsoleta, y es que sólo el dolor físico, por ejemplo el dolor provocado por heridas, es realmente difícil de soportar, mientras que el dolor moral es más o menos “imaginario” o está “en nuestra cabeza”.

Hoy sabemos que esto es falso. Cuando usted sufre una fuerte desgracia, su sentimiento de desesperación y su deseo de escapar y acabar con esa pena que le duele no son imaginarios. Usted sufre realmente como si tuviese una herida en el cuerpo. Un estudio realizado en Estados Unidos demostró que cuando se sufre moralmente se activan las mismas zonas del cerebro que cuando se sufre una tortura (física).

Además, muchas depresiones se acompañan de intensos dolores físicos localizados en el vientre, la cabeza, el pecho, la garganta o las articulaciones.

Dicho de otro modo: un depresivo tiene tanto mérito por resistir su situación como alguien sometido a tortura. Es normal si grita o llora.

Por lo tanto, puede estar orgulloso de conseguir vivir con este dolor, incluso si le impide llevar su vida normal. ¿Quién se atrevería a exigir a una persona sometida a tortura que lleve a cabo su trabajo y sus obligaciones familiares como si no pasase nada?

Por esta razón se merece, además de la medalla a la generosidad, la medalla a la resistencia.

 3) Medalla a la inteligencia

Es algo que no se dice lo suficiente, pero si está usted deprimido, es que es inteligente.

En efecto, su estado prueba que, al contrario que otras personas, usted se sirve de su cerebro para analizar la situación.

¿La situación le deprime? ¡Eso prueba su lucidez! La gente cree que la vida en nuestra sociedad es fácil porque vivimos en una sociedad de consumo en la que tenemos de todo. Pero eso no quiere decir que sea una sociedad feliz. Además, objetivamente la situación es dura para muchas personas.

No solamente el duelo y la enfermedad siguen siendo tan difíciles de soportar hoy como en otras épocas, sino que incluso cuando hasta hace poco la economía crecía con fuerza no parecía que eso contribuyera gran cosa a que disminuyera la agresividad cotidiana (al volante, en la calle…), la soledad (casi la mitad de los hogares españoles en las grandes ciudades está ocupado por una sola persona) el paro o los divorcios, todas ellas causas mayores de depresión.

Su estado depresivo prueba por lo tanto que es usted capaz de mirar la realidad de frente y analizarla con lucidez, por lo que se merece también la medalla a la inteligencia.

 4) Medalla al coraje

Si está usted deprimido y consigue pese a todo sobrevivir (lo que debe ser su caso, puesto que está leyendo este e-letter), se merece también la medalla al coraje.

Lo digo sin ironía: es usted un héroe, una especie de Indiana Jones, que además afronta peligros mucho más duros.

En efecto, Indiana Jones, una vez descubierta el Arca Perdida, podía regresar a su confortable universidad americana, en medio de bellas estudiantes y jóvenes bien educados.

A lo largo de nuestra historia reciente, en nuestro país y en todo el mundo, la gente se ha enfrentado a situaciones mucho más adversas, tanto incluso como la experiencia de verse obligados a luchar en una guerra. ¿Qué es lo que permite a un soldado resistir? Sobrevive soñando con la vida en paz tal como era antes del conflicto -o con la que sueña que llegue a ser-, con ese pequeño paraíso que es su pueblo o ciudad de origen,  la vida familiar, las pequeñas cosas que cuando se está en el frente parecen tan lejanas. Siempre se puede decir que ese “paraíso” no es tal; pero eso no tiene importancia. Lo importante es la imagen que los soldados tienen en sus corazones.  Eso es lo que les hace resistir y, por lo tanto, eso es lo que de verdad cuenta.

La mayor parte de nuestros contemporáneos, hoy en día, no tienen ya esta perspectiva. Las pruebas que deben afrontar son menos violentas pero más solapadas y, sobre todo, sin salida real. No esperan el final de la guerra para que la vida pueda volver a ser pacífica, como antes. Muchos están privados de esta perspectiva de “retorno a la normalidad y a la paz” que, a pesar de ser a menudo ilusoria, mantenía viva la llama de la esperanza en millones de almas.

Al contrario: las sombrías predicciones económicas, la perspectiva del apocalipsis nuclear, el espectro de la desaparición de nuestras civilizaciones a causa de una guerra total nos pone en esta tesitura absolutamente atroz de saber que, por duro que sea el mundo en el que vivimos, más vale aferrarnos a él porque mañana podría ser peor.

Así pues, todos los ingredientes están reunidos para que al menor accidente vital (duelo, enfermedad, separación, disputa, paro…), el espíritu se desordene y la persona caiga “en la depresión”.

Pero hay que decir una vez más que, si eso le pasa, es muy normal. Usted no está enfermo en absoluto. Al igual que el boxeador tumbado por un directo que no había visto venir, usted tiene derecho a caer al suelo. Lo importante es no quedarse ahí definitivamente.

Vamos a abordar, pues, medios originales de salir de esa situación sin medicamentos.

Encuentro Artrosis

Salir de la depresión sin medicamentos

He precisado que lo que voy a contarle son “medios originales” porque voy a ahorrarle todos los “trucos” clásicos que encontrará por doquier en internet: hacer deporte, tomar el sol, tener una actividad social, seguir una psicoterapia (de grupo o no), hacer yoga, darse un masaje o incluso tomar hipérico.

Veamos algunos enfoques descritos con menor frecuencia, pero que podrían serle de utilidad:

La EMDR

La EMDR, o “eye movement desensitization and reprocessing” (desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares), fue promovida por el Dr. David Servan-Schreiber, fallecido el año pasado.

Se trata de una técnica que consiste esencialmente en mover los ojos según una secuencia precisa para modificar su estado emocional.

El fenómeno fue descubierto por azar por la psicóloga estadounidense Francine Shapiro en mayo de 1987. Mientras paseaba, observó que sus “pequeños pensamientos negativos obsesivos” desaparecían cuando hacía ir y venir rápidamente sus ojos de izquierda a derecha. No le hizo falta más para proponer el ejercicio a sus colegas, experimentarlo con sus pacientes y crear la EMDR con resultados brillantes, especialmente para los estados de estrés postraumático sufridos por las víctimas de conflictos, atentados, violencia sexual o catástrofes naturales.

Según el Dr. Servan-Schreiber:

Es el tratamiento más controvertido desde las revoluciones del psicoanálisis y la más reciente de los antidepresivos. En los años 1980, una psicóloga que estaba preparando el doctorado en Menlo Park, Francine Shapiro, descubrió que los movimientos oculares rápidos permitían atenuar recuerdos traumáticos reemplazándolos por imágenes y pensamientos nuevos. Tras quince años de investigación, los resultados de la EMDR para tratar los trastornos postraumáticos severos se revelan superiores a los de los medicamentos y mucho más rápidos que las psicoterapias clásicas o de comportamiento. Neurosis de guerra, consecuencias de una violación, de un seísmo o un accidente: el 80% de los sujetos declaran estar curados en tres sesiones. Un seguimiento posterior de quince meses muestra que los efectos beneficiosos persisten mucho tiempo después del tratamiento”. (2)

Escribir lo que se siente

Siéntese con la espalda recta sobre el borde de una silla con las manos sobre los muslos y en una posición cómoda. Concéntrese en las sensaciones de su cuerpo e intente encontrar palabras para describir el modo en que sufre:

¿Qué le ocurre? ¿Por dónde comienzan sus emociones negativas? ¿Cuál es el encadenamiento de las “ideas negras” que se suceden en su cabeza? ¿A qué hora se despierta por la noche y cuáles son normalmente los primeros pensamientos negativos sobre usted mismo que le vienen a la mente?

¿Dónde le provoca esta situación más dolor físicamente? ¿En la garganta, el vientre, el pecho, la cabeza…?

No busque únicamente las ideas negativas o los dolores y piense también en las cosas neutras o positivas que sienta, si existen. Apunte todo eso en un papel. Poco a poco podrá así ir aprendiendo a “domesticar” su dolor (el cual, como hemos visto antes, es absolutamente real), y vivir mejor con él. Se dará cuenta de que la depresión no es usted, sino que son ideas que a veces le acompañan en la vida que lleva.

Por cierto, no es necesario que otra persona lea su análisis.

Corrija un desequilibrio nutricional

Cada vez que sufre estrés, ello provoca en la sangre una descarga de adrenalina, de noradrenalina y de cortisol, hormonas segregadas por las glándulas suprarrenales.

Esta descarga hormonal desencadena la transferencia a la sangre de sus reservas de minerales y oligoelementos almacenadas en los órganos y los músculos. Su cuerpo busca así soportar mejor el estrés y compensar sus efectos. Esta reacción es eficaz en un primer momento, pero debe saber que esos minerales y oligoelementos se eliminarán en gran parte en los días sucesivos a través de la orina.

Cuando usted sufre un importante choque emocional (duelo, accidente, despido, separación…), la situación de estrés se mantiene. Las descargas hormonales continúan. Pero sus reservas de minerales y oligoelementos van disminuyendo. A medida que pasan los días, sus glándulas suprarrenales continúan segregando sus hormonas bajo el efecto del estrés y sus reservas de minerales y oligoelementos se agotan.

Como consecuencia de ello, su capacidad de superar el estrés disminuye. Siente fatiga física y luego fatiga nerviosa, que se manifiestan con palpitaciones cardiacas, trastornos gástricos, trastornos intestinales, dolor de cabeza y vértigo que acentúan su estrés. A ello sigue inevitablemente una pérdida adicional de minerales y oligoelementos.

Poco a poco su sistema se desboca y se dirige hacia la depresión, por autoamplificación del fenómeno.

La solución, como ya habrá adivinado, consiste en reconstituir sus reservas de minerales y oligoelementos a medida que transcurre la situación adversa a la que se enfrenta y, por lo tanto, en consumir dichos nutrientes. Pero atención: es crucial consumir también las vitaminas que le permiten asimilar los minerales (sin lo cual éstos serían evacuados por la orina y las heces), los aminoácidos y los ácidos grasos que aseguran la retención de los minerales en sus tejidos y mantienen la producción hormonal para que ésta tampoco se agote. Tenga en cuenta estas pautas nutricionales:

  • Las vitaminas que permiten la asimilación de esos minerales son principalmente las del grupo B (B3, B6, B9, B12), que se encuentran en la cáscara de los cereales (germen de trigo, copos de avena), las leguminosas (judías, lentejas, guisantes…), la levadura de cerveza, el pan integral, el pescado, la carne (sobre todo la de las aves de corral ecológicas)… La vitamina B6 es especialmente importante, ya que favorece la asimilación del magnesio y la vitamina D es indispensable para el metabolismo del calcio.
  • Varios aminoácidos desempeñan funciones importantes: la taurina favorece la asimilación del calcio y el magnesio; la glutamina es un precursor del ácido gamma-aminobutírico (GABA), un neurotransmisor que impide el riesgo de sobreexcitación neuronal del cerebro; la tirosina es esencial para la producción de dopamina, de adrenalina y de noradrenalina, implicadas en la regulación del rendimiento neuromuscular, la vivacidad de espíritu, la concentración y el humor; la arginina es un regulador del cortisol, hormona mediadora del estrés.
  • Para evitar que sus glándulas suprarrenales se agoten, debe usted consumir también otros precursores hormonales como son los ácidos grasos omega-3 de cadena larga: el EPA y el DHA. Cuando se asocian a todos los elementos anteriores, se constata que se potencian mutuamente y tienen un efecto ansiolítico y tranquilizante.
  • No hay que olvidar los oligoelementos: el manganeso, el cobre, el cromo y el selenio, que intervienen como cofactores de un gran número de reacciones metabólicas, entre ellas las secreciones de las glándulas endocrinas. Estas secreciones son indispensables para que su cerebro siga produciendo la hormona del buen humor (la serotonina), así como los demás neurotransmisores necesarios para la buena gestión de sus emociones (acetilcolina, dopamina, GABA…).

Importante

Lo que le estoy dando aquí no es más que una “rueda de repuesto” nutricional para hacer frente a las dificultades de la vida. No obstante, lo esencial no se encuentra ahí, sino en las decisiones y soluciones personales que encuentre para desarrollar su “sistema de protección completo”, lo que implica una vida familiar equilibrada, una base a la que pueda recurrir en caso de recibir un golpe duro, ahorros, una pasión, un proyecto de vida…

Por falta de espacio, no puedo abordar estos temas aquí, ya que cada uno de ellos debería ser objeto en sí mismo de una carta completa. No obstante, espero haberle dado algunas pistas útiles. Le prometo que volveré sobre este tema.

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Fuentes:

(1) O’Connor LE et coll. Empathy and depression: the moral system on overdrive [archive]. Empathy in mental illness, Tom F. D. Farrow, Peter W. R. Woodruff

(2) David Servan-Schreiber, Notre corps aime la vérité, página 16.


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