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Pesticidas: un testimonio desgarrador del que usted puede aprender

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No voy a mentirle: lo que va a leer hoy no es una historia feliz. Es la historia de una vida destruida, literalmente, por el efecto de los pesticidas.

La conocí después de leer en el último ejemplar de Plantas & Bienestar un artículo dedicado a estos contaminantes y sus efectos.

Casualmente apenas unos días más tarde recibí una invitación para acudir a una charla sobre mujeres víctimas de pesticidas que organizaban las entidades Fundación Alborada, Cátedra Patología y Medio Ambiente, Fundación Vivo Sano y Pesticide Action Network Europe en la Sede del Parlamento Europeo en Madrid.

Allí conocí a mujeres enfermas de endometriosis y a expertos en los efectos de los contaminantes tóxicos que directamente vinculan la elevada incidencia de esta enfermedad con el uso de pesticidas. Y asimismo a investigadores que llevan décadas dando la voz de alarma sobre los nefastos efectos de estos productos químicos sin que las autoridades sanitarias les hagan caso…

Pero hubo una historia que me impactó especialmente.

La había escrito una mujer afectada, aunque fue otra persona la que tuvo que leerla en su nombre porque un problema de salud le había impedido acudir a la cita.

Su testimonio es desgarrador, como está a punto de comprobar. Por eso quise ponerme en contacto con ella, para conocer a fondo su historia y poder darla a conocer a todos los lectores de Tener S@lud.

Una historia demoledora

Esther Estévez vive en Tenerife. Comenzó muy joven a trabajar en una plantación de cactus en la que el uso de pesticidas era la tónica habitual. Su pareja era, precisamente, el encargado de manipular aquellos productos tóxicos, entre ellos algunos ya prohibidos en la actualidad.

Se utilizaban venenos fortísimos”, explica Esther. “Eran invernaderos de cristal. Fumigaban a las 7 de la mañana y a las 8 ya entrábamos. Yo no siempre estaba allí, por lo que no estaba respirando los tóxicos todo el tiempo. Pero algunas de mis compañeras incluso se desmayaban -por supuesto oficialmente se decía que era debido al calor-. Otras sufrían erupciones en la piel, psoriasis… muchos problemas de salud que hasta entonces jamás habían tenido”.

Cuando le tocaba entrar a los invernaderos tras la fumigación, cuenta, por la noche notaba un exceso de sudoración totalmente fuera de lo normal. Daba igual que fuese verano, otoño, invierno… También tenía insomnio, muy mal humor y había perdido por completo el deseo sexual. “Pensaba que era algo normal, pero cuando dejé el trabajo me di cuenta de que todo tenía que ver con esos contaminantes”.

Tumores, párkinson… ¡con sólo 46 años!

Esther abandonó la empresa después de que su marido cayese enfermo.

Él, ingeniero agrónomo, había aprendido unas pautas para la gestión de los productos químicos, pero que en aquella plantación no se respetaban en absoluto.

Los horarios tenían que ser muy estrictos. Una vez aplicado un producto había un lapso de tiempo en el que nadie podía entrar en los invernaderos”, explica Esther.

Sin embargo, un día nadie le avisó de que los tanques de “caldo” (como llaman a la combinación de pesticidas) ya estaban preparados. Él se aproximó a ellos sin máscara, abrió una de las tapas y…

Una bocanada de gases tóxicos le azotó de pleno.

Ahí empezó su calvario.

Mareos, problemas de salud… Empezó con dificultades para ver, por lo que fue al oftalmólogo, pero éste le envió directamente al hospital, donde le diagnosticaron un tumor en un ojo.

Lo trataron y lo curaron, pero sólo una semana después de abandonar el hospital y regresar a casa, comenzó a sentir temblores. “Al principio muy suaves”, recuerda su mujer, “pero pronto empezó a caminar mal y, al acudir al médico, le dijeron que padecía párkinson”. ¡Con apenas 46 años!

Tras cinco años tomando multitud de medicamentos, acabó muy mal. “Terminó siendo adicto a los fármacos”, reconoce Esther.

La gran cantidad de medicamentos que se veía obligado a tomar a diario, de hecho, terminó por destrozarle el hígado, además de que lo dejó por completo sin fuerzas. “Yo tenía que ayudarle a todo, incluso a vestirse por las mañanas”. Finalmente le detectaron una metástasis en el hígado y seis meses más tarde falleció.

No quiero que acabes enferma como yo

Fue el marido de Esther quien le pidió que dejase el trabajo. “Por favor, déjalo; no quiero que acabes enferma como yo”.

Y lo cierto es que, a raíz de dejar la empresa, cuenta ella, su estado de salud dio un giro de 180º. Incluso su carácter cambió: ya no había mal humor, ni sudores… “Mi vida cambió por completo, incluso intenté convencer a varias chicas para que también diesen el paso”.

Antes de morir, el marido de Esther se afanó en demostrar que lo que le había sucedido era culpa de los pesticidas con los que se había visto obligado a trabajar, aunque lamentablemente no tuvo tiempo suficiente para lograrlo.

Meses después, al revisar su ordenador, su mujer descubrió que había entablado conversaciones con afectados y expertos de prácticamente todo el planeta, e incluso había contactado con médicos de Estados Unidos para que lo ayudasen a demostrar lo que le había sucedido.

Tenía un listado de profesionales que efectivamente le daban la razón, pero se excusaban diciéndole que no podían ayudarle, ya que sus puestos de trabajo corrían peligro.

Es una realidad que nadie quiere reconocer; ninguna empresa querría hacerlo”, apunta Esther.

Antes de que su marido cayese enfermo sólo se había registrado un caso reconocido de párkinson derivado del uso de pesticidas u otros contaminantes laborales en Estados Unidos.

Tisanas estación

Aunque estos casos no son infrecuentes, más bien todo lo contrario: sólo en Canarias y muy poco antes de estos hechos, el personal de una empresa que se dedicaba a los esquejes de flores ya había sufrido un envenenamiento masivo -con muertes y numerosos casos de cáncer- por culpa de los pesticidas.

La moringa, una pequeña esperanza

Muchas personas les ofrecieron ayuda en el período que duró la enfermedad de su marido, recuerda Esther. Y muchas veces se trataba de soluciones y remedios naturales. Sin embargo, nada parecía funcionar. “Ninguno era lo suficientemente fuerte como para contrarrestar el malestar y los efectos nocivos de la medicación”, resume. “Estábamos cansados de probar y probar sin resultado”.

Sin embargo, un día unos conocidos les ofrecieron moringa (Moringa oleifera) cultivada de forma orgánica y se decidieron a intentarlo de nuevo.

¡Ni se imaginaban todo lo que iba a suponer aquella planta!

Cuál fue mi sorpresa al ver que, tres días después de comenzar a tomarla, tras estar prácticamente necesitado para todo, mi marido apareció en bicicleta en la finca en la que yo me encontraba trabajando, a 7 kilómetros de nuestra casa. Empezó a llorar y se abrazó a mí diciendo: ‘¡funciona!, ¡funciona!’”.

A raíz de aquello decidieron dedicar aquella finca al cultivo ecológico de moringa, labor en la que Esther sigue trabajando en la actualidad.

Aunque su marido falleció meses después, sin duda el consumo de moringa le permitió mejorar enormemente su calidad de vida (e incluso morir en su propia casa, lo cual él deseaba por encima de todo).

Por eso hoy Esther reparte moringa entre familiares y amigos y entre aquellos que sabe que se encuentran afectados por un cáncer (“no los va a curar, pero sí puede ayudarles mucho”) o por alguna patología de los huesos, entre otras.

Y es que la moringa ha sido tradicionalmente usada en muchos países como analgésico natural, en particular ante problemas óseos.

No hace mucho”, relata de nuevo, “una mujer ya jubilada que había sido costurera y sufría una severa artrosis en las manos, con los dedos completamente deformados, regresó pocas semanas después de haber comenzado a tomar mi moringa para agradecerme los buenos resultados. Me dijo que después de años de sufrimiento por fin había dejado de sentir dolor”.

La importancia de la calidad

Ahora bien, como sucede con casi cualquier remedio natural, la clave de su efectividad radica en su calidad.

La moringa que se cultiva en Canarias es la mejor del mundo, según han certificado diversas investigaciones,”, afirma Esther. Ello se debería al clima, a la tierra volcánica y en especial al sol, entre otros factores.

En el lado opuesto estaría la moringa cultivada en países como la India o Egipto, entre otros, mucho más barata pero en ocasiones de una calidad pésima. ¿El problema? La propia Esther lo explica: “Que en esos países no existen los registros sanitarios que hay en Europa”.

Aquí se cosecha a mano, mientras en ciertos países en los que se hace un cultivo extensivo se cosecha con máquinas que no sólo recogen moringa, sino también cualquier otra especie que se encuentre en medio de las plantas. De ahí ciertas reacciones alérgicas y otros efectos secundarios”.

Segunda oportunidad

A raíz de lo sucedido con su marido tras su descubrimiento de la moringa, Esther dio una segunda oportunidad a la medicina natural. “Además de protegerme al máximo de tóxicos y pesticidas, ahora hago meditación y he cambiado mi dieta radicalmente. ¡Y aparento muchos menos años de los que tengo; cuando confieso mi edad la gente no da crédito!

Y no solo ella: sus hijos también se cuidan mucho. “En casa todos hemos tomado conciencia de la importancia de cuidar al máximo la salud”.

Está claro que los casos de Esther y su marido son excepcionales, dado que trabajaban en una plantación en la que se hacía un uso masivo de los pesticidas más tóxicos.

Ahora bien, usted no debería creerse el extendido mito de que los pesticidas sólo afectan a las personas que viven en el campo o que desempeñan ciertos trabajos.

¡No hay nada más lejos de la realidad!

Los pesticidas se encuentran en prácticamente todo lo que nos rodea: el aire que respiramos, el agua que bebemos y los productos que a diario utilizamos en nuestra propia casa, así como en los materiales de los que están hechos tanto los muebles como una simple camiseta.

Y eso sin mencionar siquiera los alimentos -en especial las frutas y las verduras no ecológicas-, que hoy por hoy son sin duda una de las principales puertas de entrada de los contaminantes químicos al organismo.

Por eso en Salud, Nutrición y Bienestar (SNB) mantenemos un profundo compromiso con la agricultura ecológica, de proximidad y libre de tóxicos, así como con la conciencia ecológica en general y con la salud y la cosmética 100% naturales.

Y por eso mes a mes en todas nuestras publicaciones (y especialmente en Plantas & Bienestar) le damos recetas de cremas, soluciones medicinales y ungüentos completamente libres de tóxicos; recetas de tisanas y de preparados fitoterapéuticos a base de ingredientes totalmente naturales; consejos para realizar sus propios cultivos ecológicos incluso en una simple maceta y trucos para limitar su exposición a todo tipo de contaminantes.

 


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