Mantenerse vivo es más fácil de lo que parece. Basta con respirar, beber y comer con moderación.
Es tan simple que, de hecho, con frecuencia terminamos olvidando la extraordinaria complejidad que esconde el cuerpo humano.
Sin embargo, su excepcional funcionamiento podría dejarnos con la boca abierta. Incluso para los investigadores que lo estudian y poco a poco van descubriendo sus misterios supone una fuente de fascinación diaria.
Usted mismo está a punto de comprobar cómo de sorprendente puede llegar a ser su propio cuerpo con solo 5 datos extraídos de un interesante artículo: (1)
No hay que engañarse: el cáncer nos acecha a todos. Las cifras alcanzan al 38% de las mujeres y al 43% de los hombres. Es decir, que su probabilidad de sufrirlo es prácticamente la misma que la que implica echar una moneda al aire. Es duro, pero así de fácil es terminar sufriendo un cáncer.
Lo que no es tan conocido, en cambio, es que cada una de nuestras células (y poseemos millones de ellas) sufre decenas de miles de lesiones “protocancerosas” ¡cada día!
Afortunadamente, para combatir este fenómeno el cuerpo posee enzimas específicas que “escanean” el ADN y repelen los segmentos cancerígenos, separándolos y reconstruyendo segmentos sanos para que el conjunto del organismo pueda seguir operando con normalidad.
El problema es que, por muy perfecto que sea, este sistema no es infalible (¡cuál lo es!) y sus errores pueden ser fatales.
Pero, en definitiva, si se tiene en cuenta el enorme número de “protocánceres” eliminados y erradicados a diario, no queda más que admitir que nuestro cuerpo es un mecanismo absolutamente increíble.
Hay una pregunta que por lo general plantean muchos niños en la escuela, al estudiar el sistema digestivo: si el estómago contiene un ácido tan fuerte, capaz incluso de destruir el acero, ¿cómo es que no se destruye a sí mismo?
Pues bien, lo cierto es que se trata de un dato muy poco conocido, pero en realidad el estómago sí se “devora” a sí mismo. Lo que sucede es que, por fortuna, también es capaz de regenerarse (¡y lo hace a una velocidad de vértigo!).
Y es que el estómago contiene células especializadas que producen una mucosa rica en proteínas y azúcar, destinada a proteger la pared del órgano.
Cuando el ácido clorhídrico se activa para realizar la digestión de los alimentos, las células especializadas del estómago segregan bicarbonato (alcalino) para neutralizarlo y enviarlo más abajo, a los intestinos.
Pero lo cierto es que incluso la “supermucosa” específicamente diseñada para esta función es insuficiente para proteger completamente al estómago del efecto corrosivo del ácido, y por eso es que este consigue carcomer al menos parcialmente la pared interior. La respuesta del cuerpo, en ese caso, es renovar por completo la pared del estómago nada menos que ¡cada tres días!
Los receptores del gusto y del olfato no están únicamente en el rostro. Para su sorpresa, los científicos han descubierto que las mismas células receptoras están presentes en puntos tan dispares del cuerpo como los riñones, el corazón, las vías respiratorias, la columna vertebral e incluso en los glóbulos rojos.
Al principio creyeron que se trataba de un error. Sin embargo, hoy por hoy es algo aceptado que, efectivamente, el cuerpo está oliendo y saboreando el mundo que le rodea de forma permanente.
En concreto, en los riñones se han encontrado receptores de olor en la denominada “mácula densa” (un cúmulo compacto de células), la región que filtra la sangre y produce la orina. ¿Significa eso que huele la orina al pasar? Pues eso parece.
Para comprobarlo, en un medio adaptado los investigadores colocaron células sanguíneas a un lado y un compuesto aromático al otro. Eso les permitió comprobar, no sin cierto estupor, que las células sanguíneas efectivamente se aproximan al olor.
Increíble, ¿no?
Pues espere, porque hay más.
¿Sabe quiénes más tienen capacidad de oler? ¡Los espermatozoides! De hecho, se sirven de ella para rastrear al óvulo.
Durante mucho tiempo se creyó que nuestro cerebro albergaba 100 mil millones de neuronas. Hoy por hoy se sabe que en realidad se trata de 86 mil millones.
Además, si bien por un lado está el número de células neuronales, por el otro está el de las conexiones sinápticas, que es igual de importante. Estas son las interconexiones neuronales que terminan configurando un inmenso tejido.
En este caso hablamos de un número total estratosférico: nada menos que ¡100 trillones! Es decir, que las sinapsis de un solo cerebro son mil veces más numerosas que las estrellas que hay que en nuestra galaxia.
El cerebro es capaz de realizar la friolera de 38.000 trillones de operaciones por segundo, almacenando 3.584 terabytes de memoria.
Son cifras totalmente inabarcables, y para muestra un botón: en 2013 un equipo de científicos japoneses y alemanes trató de construir un superordenador capaz de replicar la potencia de cálculo del cerebro.
Pues bien, para representar los 38.000 trillones de operaciones por segundo del cerebro tuvieron que conectar un total de 82.944 procesadores. Y por supuesto les llevó bastante más tiempo conseguirlo: nada menos que 40 minutos.
O sea, que no hay duda de que el cerebro es una máquina poderosa como hay pocas. Y, sin embargo, piénselo: ¿cuántas veces ha buscado las gafas durante un rato, hasta que se ha dado cuenta de que las llevaba puestas? ¿O ha tratado de encontrar unas llaves o un bolígrafo que, por ejemplo, tenía en la mano o en el bolsillo?
Que un mecanismo tan fabuloso pueda jugar esas malas pasadas y provocar esos despistes no deja de resultar gracioso. Es como tener el acelerador de partículas del CERN en la cocina y utilizarlo como tostadora…
Cuando uno ve una oreja, en ningún caso repara en que en realidad se trata de una joya de la naturaleza. No obstante, lo es.
Y usted está a punto de entender por qué.
En un estudio bastante divertido se pidió a los participantes que tratasen de distinguir el ruido del té caliente y del té frío al ser vertido en una taza.
Pues bien, aunque le sorprenda el resultado, nada menos que ¡el 96% adivinó qué té caía en cada ocasión!
Lo más curioso es que la explicación no está solo en la temperatura, sino en que esta se relaciona con el sonido: resulta que la diferencia de viscosidad entre el agua caliente y la fría es claramente perceptible por el oído (en definitiva, las partículas de agua caliente se deslizan mejor).
¿A que parece increíble pensar que a través del oído se puede distinguir la “pereza” de las partículas de agua fría y la “agitación” de las del agua caliente? ¡Pues así es!
Pero es que eso tampoco es todo: resulta que el oído está tan desarrollado que sabe identificar las fracciones al instante.
Así, al escuchar unos acordes de piano, por ejemplo, cualquiera puede reconocer los cambios de nota (y muchas personas son capaces incluso decir de qué notas se trata).
Incluso si usted nunca ha estudiado música hay muchas probabilidades de que acierte. Y es que el oído es capaz incluso de percibir los fractales musicales.
Un fractal no es otra cosa que una reproducción de un mismo patrón hasta el infinito (incluso si se mira al microscopio), y un buen ejemplo de un organismo que se multiplica en forma de fractal es la col romanesco (en la imagen).
Ahora bien, en la música puede observarse el mismo fenómeno, lo cual implica que acelerando cierta melodía más de 4.000 veces se pueden volver a escuchar los acordes iniciales. Ya sé que parece una locura, pero es cierto. Si quiere saber un poco más sobre este fenómeno acústico, le recomiendo ver el siguiente vídeo (en inglés).
Fuentes:
Imágenes:
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