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¿De dónde toman sus nombres las enfermedades? Ébola, legionelosis, chikungunya, sífilis, parkinson… van de boca en boca y llegan a ser nombres comunes, pero en su origen hay a veces historias curiosas.

Ébola, fruto de un error

La enfermedad del ébola, tan presente hoy día, toma su nombre del río Ébola, un afluente del río Mongala que discurre por el norte de la República Democrática del Congo (antes Zaire). En esa zona se documentó el primer caso de la enfermedad en 1976 cuando la sufrió un maestro de enseñanza básica de 44 años. Pero el nombre fue fruto de un pequeño error, que cuenta el Dr. Peter Piot, codescubridor del virus del Ébola. Él fue parte del equipo que descubrió el virus en un laboratorio del Instituto de Medicina Tropical de Amberes (Bélgica) y, ante su rareza, decidió volar hasta Zaire para comprobar sobre el terrero qué estaba ocurriendo. (1)

Lo que descubrieron al llegar fue la enorme crueldad y rapidez con las que el virus se cobraba a sus víctimas. Y se pusieron manos a la obra para intentar descubrir cuál era el foco de la enfermedad y cómo se transmitía. También tuvieron que buscarle un nombre. Y fue una noche durante un descanso cuando el equipo se pudo dedicar a ello. Descartaron bautizarlo como “virus Yambuku”, la ciudad en la que vivía el profesor que la sufrió, para no estigmatizar la población. Entonces cogieron un mapa de la zona y decidieron buscar el río más cercano, que era el Ébola, que además les parecía que sonaba bien. Sólo después cayeron en la cuenta que el mapa era de una escala pequeña y que el río más cercano no era el que eligieron, sino otro, pero para entonces ya el virus tenía nombre. (2)

Legionelosis, epidemia en Philadelphia

Curioso es también el origen del nombre de la legionelosis, la enfermedad causada por la bacteria Legionella, que ocasiona neumonía y puede ser mortal. Puede afectar de forma aislada, pero los casos que causan más alarma social aparecen en brotes, afectando de forma fulminante a grupos enteros de personas en hospitales, edificios de oficinas, residencias de ancianos, etc. España es uno de los tres países en los que se producen más casos (junto con Italia y Francia). (3)

La Legionella es un microorganismo que vive libre en todos los hábitats acuáticos, como lagos, ríos, estanques, etc. De ahí pasa a los sistemas de abastecimiento de las ciudades, infectando el agua sanitaria. Por eso contagia a las personas habitualmente a través de las torres de refrigeración, los spas y jacuzzis, etc.

En 1976 se desató una epidemia de la enfermedad en Philadelphia, que afectó principalmente a los participantes en una convención estatal de la Legión Americana. Desde entonces la bacteria y la enfermedad llevan el nombre de los legionarios.

Chikungunya, dialecto makonde

La fiebre chikungunya es una enfermedad vírica transmitida al ser humano por mosquitos. Además de fiebre y fuertes dolores articulares, produce otros síntomas como dolores de cabeza, náuseas, cansancio y erupciones cutáneas. En algunos casos además aparecen complicaciones oculares, neurológicas y cardiacas. El tratamiento se centra en aliviar los síntomas. La mayoría de los pacientes se recuperan sin secuelas, pero en algunos casos los dolores articulares persisten incluso durante varios años. Casi todos los afectados se curan, pero en personas mayores a veces la enfermedad contribuye a su fallecimiento.

La enfermedad se ha detectado en casi 40 países de África, Asia y América. En Europa el primer brote se produjo en Italia en 2007 con 197 casos, y desde entonces ha habido casos puntuales en Francia.

“Chikungunya” es una palabra de la lengua Kimakonde (o makonde), de origen bantú y que hablan algo menos de un millón y medio de personas de algunos grupos étnicos de Tanzania (donde se describió por primera vez la enfermedad en 1952) y Mozambique. Significa literalmente “doblarse”, en alusión al aspecto encorvado de los pacientes debido a los dolores articulares que sufren con la enfermedad. (4) (5)

Sífilis, un castigo de los dioses

La sífilis, por su parte, es una enfermedad de transmisión sexual causada por la bacteria Treponema pallidum. Los síntomas se dividen en fases (primaria, secundaria, latente y avanzada). Se puede tratar y de hecho, si no se hace o no se trata a tiempo, puede ocasionar complicaciones muy graves, e incluso la muerte.

El nombre de la enfermedad procede de un poema escrito por el médico y erudito italiano Girolamo Fracastoro (1478-1553), un auténtico hombre del renacimiento que también tenía amplios conocimientos de astronomía y botánica. En la universidad estudió leyes y matemáticas, además de medicina.

En aquella época, y como médico, Fracastoro tuvo que atender pacientes de una enfermedad de síntomas horribles, que recorría toda Europa, y que era conocida por distintos nombres: spanish disease (el mal español), neapolitan itch (comezón napolitano), french pox (calamidad francesa y también “el morbo gálico”)… Fracastoro dedicó a la enfermedad un poema repartido en tres libros, llamado Syphilis sive morbus Gallicus. El primer libro indagaba en los orígenes de la enfermedad, el segundo en los tratamientos, y el tercero es la historia alegórica del pastor Syphillus, que fue castigado con la enfermedad por Apolo por adorar a otro dios. El nombre del pastor, Sífilis, acabo imponiéndose con el tiempo como el nombre de la enfermedad. (6)

Parkinson, uno de los más conocidos epónimos médicos

Y aunque nacido siglos después, el doctor británico James Parkinson (1755-1824), cuyo apellido terminó bautizando a la enfermedad del mismo nombre, también podría considerarse un hombre del renacimiento si atendemos a sus numerosas inquietudes. Apasionado de la medicina, la sociología, la política, la botánica, la geología y la paleontología, fue capaz de reinventarse una y otra vez y vivir varias vidas en una. Como médico con consulta, cirujano, investigador, agitador político, defensor de los derechos sociales, paleontólogo, botánico…

James Parkinson nació en Londres un 11 de abril (por eso es ése el día que se ha establecido mundialmente para recordar la lucha contra la enfermedad), hijo de un boticario y cirujano a quien el joven Parkinson sucedió. Fue uno de los primeros estudiantes del London Hospital Medical College.

Desde muy joven se implicó en la lucha por la igualdad de derechos de todos los ciudadanos y tuvo una agitada vida política, por lo que aparcó temporalmente la medicina para dedicarse a defender causas sociales. Escribió decenas de panfletos políticos, fue llamado para representar al pueblo en la Cámara de los Comunes del Reino Unido e impulsar reformas sociales y formó parte de varias sociedades secretas. Incluso se sospechó que estaba detrás del plan para asesinar al rey Jorge III disparándole un dardo envenenado. Se libró de la horca por los pelos y el caso pronto cayó en el olvido.

Y volvió a la medicina. Durante muchos años fue médico en un manicomio y, en paralelo a sus investigaciones médicas y a la atención a sus pacientes, dedicó grandes esfuerzos a intentar mejorar la salud pública, la de los enfermos mentales y las familias. Y además escribió importantes tratados de medicina, como uno dedicado a la gota (que el mismo sufrió durante años), la peritonitis o sobre el parkinson (que finalmente, años después de morir, le convirtió en una celebridad). Pero entonces Parkinson empezó a centrarse en otros intereses y a dedicar más tiempo a sus otras pasiones: la naturaleza, la botánica y la paleontología. De hecho, en vida fue más célebre por su contribución a esas ciencias que a la medicina. Es autor de numerosos volúmenes sobre fósiles y geología, ilustrados por él mismo, y atesoró una de las colecciones más importantes de fósiles de Gran Bretaña. Sus trabajos fueron una importantísima aportación al desarrollo de la paleontología en su país y, junto a otros amigos, fundó la Sociedad Geológica de Londres. Su nombre se considera también una autoridad en la clasificación científica de vegetales. (7) (8)

La “parálisis agitante”

Volviendo a su trabajo sobre la enfermedad que lleva su nombre, todo partió del ensayo que publicó en 1817 y que tituló An essay on the shaking palsy (“Ensayo sobre la parálisis agitante” –o temblorosa-), y que firmó como James Parkinson, miembro del Colegio Real de Cirujanos. Hoy es todo un clásico de la literatura médica.

El ensayo, de 66 páginas, se centra en la descripción de lo que entonces era una sorprendente enfermedad, diferenciándola de otras con síntomas similares y aventurando posibles causas y tratamientos. Describió así sus características:

Movimientos involuntarios de carácter tembloroso, con disminución de la fuerza muscular, que afectan a partes que están en reposo y que incluso provocan una tendencia a la inclinación del cuerpo hacia delante y a una forma de caminar a pasos cortos y rápidos. Los sentidos y el intelecto permanecen intactos”. La descripción que hace de la enfermedad es muy completa y detallada, salvo que deja fuera síntomas que hoy se consideran muy relevantes, como los trastornos cognitivos.

El ensayo parte de la observación de seis individuos con síntomas. A algunos los observaba a diario y a otros se topó con ellos casualmente por la calle. Fue lo que ocurrió con el “Caso 3”, un sujeto de 65 años y cuerpo atlético que sufría una vehemente agitación de los miembros, la cabeza y el cuerpo entero, a quien James Parkinson avistó casualmente por la calle. Sus movimientos incontrolados le impedían andar despacio, por lo que sólo podía desplazarse a la carrera. De joven había sido marinero, y achacaba su situación al tiempo que pasó confinado en una prisión española, donde debía dormir sobre el suelo, de tierra húmeda. Le ofrecieron someterse a experimentación en un hospital pero, como exponía Parkinson en su obra, “el pobre hombre no parece dispuesto a hacer el experimento”.

También por la calle se topó casualmente con un hombre de 62 años, el “Caso 2”, que la mayor parte de su vida había sido ayudante en la oficina de un juez. Pero desde hacía unos ocho años sufría la enfermedad, que se había ido agudizando gradualmente hasta ese momento, en que todo su cuerpo estaba en constante agitación y apenas podía hablar a causa de la enfermedad. Estaba convencido de que la causa de su estado eran las “considerables irregularidades de su forma de vida”, según explicaba Parkinson, especialmente “cierta afición a los licores espirituosos”. Estaba tan seguro de que su enfermedad era incurable que declinó hacer cualquier intento para aliviarla.

Tisanas estación

James Parkinson repasa brevemente en su ensayo estos primeros casos de afectados por parkinson en lo que él describe como una enfermedad “penosa” que quienes la sufren contemplan “como un mal del que no pueden escapar”. Parkinson fue el hombre que dotó de entidad propia a una enfermedad que hasta entonces sus colegas diagnosticaban de formas variadas y siempre equivocadas, y que intentó avanzar en su origen y su cura, que eran todo un misterio.

El parkinson hoy

Casi dos siglos después de su ensayo sobre la parálisis agitante, siguen sin conocerse las causas de la enfermedad y sus mecanismos exactos. Ni tampoco hay una prueba diagnóstica, sino que éste lo hacen los médicos atendiendo a los síntomas y descartando otras enfermedades.

La enfermedad afecta sobre todo a las células nerviosas en las zonas del cerebro responsables del movimiento, por lo que entre los síntomas más característicos están los problemas motores de los que ya habló el Dr. Parkinson: temblores, rigidez, lentitud en los movimientos, problemas de equilibrio, del habla… aunque además hay otros síntomas que no se perciben desde fuera y que en algunos casos son más graves (calambres, sudores, problemas cognitivos, trastornos del sueño, ansiedad, depresión…).

La enfermedad da la cara de distintas formas, normalmente de forma ligera: un adormecimiento en un dedo, cierta torpeza al escribir o al realizar tareas como batir un huevo o usar el ratón del ordenador… A partir de ese momento va avanzando lentamente y, aunque la esperanza de vida es alta, suele terminar con incapacidades de menor o mayor intensidad.

El enfoque convencional para tratar la enfermedad consiste en administrar a los pacientes medicamentos, sobre todo aquellos que o bien sustituyen a la dopamina o bien estimulan su producción, para hacer frente a los síntomas motores. De hecho muchas veces se utiliza la dopamina para ayudar al diagnóstico: se le administra al paciente y, si mejora, se considera probable que sufra parkinson.

A día de hoy, 200 años después de que James Parkinson la aislara como una enfermedad independiente y pusiera sobre el papel sus observaciones, el parkinson se ha convertido en la segunda enfermedad neurodegenerativa más extendida en el mundo tras la enfermedad de Alzheimer (otro famoso epónimo, por cierto, pues se debe al psiquiatra alemán Alois Alzheimer, que identificó el primer caso, una paciente suya a quien siguió durante años hasta su fallecimiento, momento en que hizo públicas sus investigaciones).

En España se estima que hay al menos 300.000 pacientes diagnosticados de parkinson y cada año se detectan 10.000 nuevos casos.

¿Sin solución?

La medicina dedica importantes esfuerzos a la investigación del parkinson, pero en el punto en el que aún estamos, ante tanta incertidumbre (es una enfermedad aún sin causa, sin tratamiento más que para los síntomas y sin pruebas diagnósticas claras), vale la pena profundizar en otros enfoques. Porque los hay.

Y es a lo que hemos dedicado un número especial de Los Dossiers de Salud, Nutrición y Bienestar. Porque puede tener la seguridad de que lo que comemos, de los nutrientes que ingerimos, o lo que dejamos de ingerir, tienen un importancia decisiva en los procesos fisiológicos y, a la larga, en las enfermedades. El parkinson es un caso claro.

Por ejemplo, el análisis, tras su fallecimiento, del cerebro de pacientes afectados de párkinson, ha revelado un exceso de hierro y un amplio abanico de daños oxidativos, con alteraciones mayores en grasas, proteínas y ADN. ¿Cómo se puede llegar a producir esto? Es posible que se deba a una sobrecarga de hierro, ya sea aportado por la alimentación o por complementos alimenticios. Si se comen carnes rojas y embutidos todos los días de la semana, si se toman alimentos ricos en hierro cuando no se tiene déficit (como leche o cereales) y si se consumen complementos alimenticios con hierro cuando no se necesita, a la larga se puede desarrollar una sobrecarga de hierro.

Cuando hay exceso de hierro, la capacidad de su transportador (la transferrina) se ve sobrepasada y el hierro circula a sus anchas por todas partes, incluido el cerebro, donde puede engendrar daños en los tejidos y los órganos.

¿Conclusión obvia? Si se sufre parkinson, o para prevenirlo, deberán evitarse los excesos de hierro (especialmente los hombres y las mujeres a partir de la menopausia, pues tienen más dificultades para eliminarlo de su organismo).

Por eso, en el Dossier sobre el párkinson la alimentación tiene un gran protagonismo. En él encontrará:

  • Las medidas dietéticas que debe adoptar, y que tendrán un impacto directo en la enfermedad: lo que deberá tomar y lo que deberá evitar.
  • Un régimen alimenticio experimental con resultados prometedores que puede probar.
  • Un paso más allá: la dieta que puede intentar (siempre bajo la supervisión de su médico).
  • Qué complementos alimenticios son idóneos en la enfermedad de Parkinson, en qué dosis y cómo tomarlos.
  • Los hábitos de ejercicio físico y las técnicas cuerpo-mente que están ayudando a muchísimos pacientes a mejorar.
  • ¿Sabía que hay evidencias científicas de que ciertos productos fitosanitarios son tóxicos para el sistema nervioso y cuyo uso se asocia al párkinson? La rotenona y el paraquat ya se han prohibido en la Unión Europea (aunque hasta 2008 y 2007, respectivamente, eran ampliamente utilizados como pesticidas). Pero hay más productos autorizados de los que sin duda debería alejarse.

Ojalá pudiera decirle que existe la cura para el parkinson, pero no es cierto. Lo que sí puedo asegurarle es que este número de Los Dossiers de Salud, Nutrición y Bienestar es una lectura imprescindible para todos aquellos que sufren la enfermedad, incluso desde su fase más inicial, pues en él están las claves de las últimas investigaciones científicas más esperanzadoras.

Si usted o alguien de su entorno sufre parkinson o quiere conocer las pautas para prevenirlo, puede conseguir este Dossier en este enlace.

El Dr. James Parkinson, que cavilaba en su ensayo sobre las posibles causas de la enfermedad (él mismo las calificó de “deducciones”), mostraba su esperanza de que “en poco tiempo se descubra algún tipo de remedio que, al menos, detenga la evolución de la enfermedad”. Si pudiera ver el mundo de hoy sin duda se sentiría decepcionado. Pero con este Dossier en la mano vería esperanza para esos hombres que, allá a comienzos del siglo XIX, andaban por las frías calles de Londres presos de temblores y sacudidas incontrolables.

¿Qué le han parecido lo que le he contado hoy? ¿Conoce usted alguna historia curiosa sobre el nombre de alguna enfermedad? Le invito a compartirlo con el resto de lectores de www.saludnutricionbienestar.com haciendo un comentario un poco más abajo.

Fuentes:

  1. “No time to lose: a life in pursuit of deadly viruses”. (2012) Dr. Peter Piot.
  2. Entrevista con el Dr. Peter Piot. Spiegel. Publicado el 26.09.2014.
  3. “Annual Epidemiological Report 2014”. European Centre for Disease Prevention and Control (ECDC).
  4. OMS
  5. Ethnologue, lenguages of the world. Makonde.
  6. “Doctors & Discoveries: lives that created today´s medicine”. John G. Simmons. Houghton Mifflin Company.
  7. Historia de la medicina. Epónimos y biografías médicas.
  8. Who named it? A dictionary of medical eponyms
  9. “An essay on the shaking palsy”. (1817) James Parkinson. Sherwood, Neely and Jones.


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